La termodinámica del pozole
Me resulta curioso que los meses en los que los mexicanos más pensamos en comida son septiembre y diciembre. Y creo que hay dos tipos de mexicanos: los que prefieren la comida de septiembre y los que prefieren la comida de diciembre.
Para dejar las cosas en claro de una vez, me voy a declarar ávida consumidora de pozole. El caldo, el maíz, la carne de cerdo y la pizca de orégano bien podrían ser mi único sustento y yo viviría feliz. Hay algo en los sabores y la sensación del pozole que inmediatamente te llenan de confort. También soy ávida consumidora de eso.
No sé en qué punto el pozole se convirtió en un platillo de confort para mí pero sucedió. En los últimos años he comprendido al pozole como una especie de abrazo gastronómico. El primero que me viene a la mente fue un 19 de septiembre de 2017, día que la mayoría de nosotros recuerda con un mal sabor de boca. El terremoto me alcanzó en C.U., junto con la mayoría de mis amigas. Ninguna tenía noticias concretas sobre su familia y sus seres queridos y la mayoría de nosotras nos regresamos caminando a nuestras casas. En ese entonces, lo único que tenía que hacer era caminar 7 kilómetros sobre Insurgentes y unas cuantas cuadras hacia dentro de la Nápoles. En cuanto llegué a mi casa, mi madre me abrazó, me preguntó si estaba bien e inmediatamente me sentó al desayunador y me sirvió un plato humeante de pozole blanco de cerdo. El pozole, recalentado del 15 de septiembre por cierto, calmó mi angustia y apaciguó mi hambre. No lo supe en ese momento pero el pozole me dio seguridad en un momento de incertidumbre.
El siguiente encuentro reconfortante con el pozole fue en un local sobre Ayuntamiento, justo antes del IMER y una cuadra antes de la Cineteca. Tal vez muchos conozcan a esa señora. No abre lunes ni martes y sólo hace pozole rojo: plato grande y media orden. No podría decir el día exacto pero sí recuerdo que hacía mucho frío y yo estaba cruda y despierta desde muy temprano y lo único que quería era un abrazo e irme a mi cama. Pedí mi orden completa de pozole y una Victoria y empecé a platicar con la señora porque yo era la única cliente. Ha de haber sido la una, temprano para lxs godínez y lxs niñxs alternativxs que frecuentan la Cineteca. La señora me dijo que el pozole rojo era más sencillo de cocinar que el verde y que el blanco no le gustaba. También me dijo que no tomaba cerveza y que no sabía cómo funcionaba para la cruda. Honestamente, yo también desconozco la ciencia detrás de eso pero en cuanto me acabé el pozole y mis pies y alma se calentaron, estaba de mucho mejor humor. Regresé a mis labores convencida de que ese pozole tenía propiedades curativas.
El tercer pozole, el único que falta, es verde. No tuve que ir demasiado lejos (Guerrero, que he escuchado que tiene el mejor pozole verde y también con sardina) para probarlo. Fue en casa de mi suegra, en vísperas del 15 de septiembre del año pasado y fui testigo sensorial de su creación. Olí cómo los poblanos se quemaban en la estufa, vi el maíz flotar en la olla, escuché la olla exprés anunciar que la carne estaba lista. Y al final del séptimo paso, así como Dios, mi suegra creó un plato delicioso de pozole verde. Comerlo en casa de mi suegra con la artista en cuestión y mi novia, en plena pandemia y con un rebrote en el horizonte, fue como unas palmaditas en la espalda que me decían “tranquila, todo va a estar bien, tienes un plato de pozole frente a ti, nada puede salir mal ahorita”. Es el pozole más delicioso que he probado en toda mi vida. No soy catadora de pozoles pero creo que tengo un poco de experiencia y el pozole que hizo mi suegra se lleva todos los aplausos habidos y por haber.

Resulta que hay pozoles de tres colores: verde, blanco y rojo. Qué patriota de nuestra parte que haya pozoles de los mismos colores que los que adornan la bandera. Y qué curioso que sea la comida de la celebración nacional más importante de nuestro país. Seguramente no es coincidencia. Definitivamente me pone en un lugar difícil porque no hay nada que celebrar ante la impunidad e indiferencia de este gobierno que parece coleccionar mujeres asesinadas y cadáveres por COVID. Pero me gusta el pozole, ¿qué le voy a hacer? Ya parezco meme.
En vista de la situación político-económica-social de nuestro país, no puedo enorgullecerme de mi patria pero sí puedo enorgullecerme de nuestra gastronomía. Veo mi plato de pozole y me viene a la cabeza la alta traición de José Emilio Pacheco:
no amo mi patria.
Su fulgor abstracto es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por un plato de pozole
(y una tostada con crema).