Y toda esta ficción, ¿para qué sirve?
Desde que terminé la carrera e incluso tal vez un poco antes de eso, me he cuestionado todos los días de mi existencia ¿qué carajos voy a hacer con toda la ficción que leí? ¿Qué se supone que haga con las herramientas para analizar ficción que tengo? ¿Cuál es el punto de haber dedicado cuatro años de mi vida a la ficción si después de eso tuve que enfrentarme con lo fea que es la realidad?
¿Dónde tiene cabida la ficción en esta asquerosa realidad?
Y en especial, ¿para qué sirve la ficción en un país en donde matan a 11 mujeres al día y a muchísimas más las violentan, violan, abusan y maltratan?
Si partimos de esto, estudiar literatura y dedicarse a la ficción parece ser una pérdida de tiempo y juego de niños en un país como México, en donde, a parte de todo, la lectura de ficción — y hago énfasis en esto — no es una actividad que se frecuente. ¿Cómo se puede crear un impacto a través de la ficción en este país? Pero más importante aún, ¿cómo se atreve la ficción a buscar un lugar cuando claramente hay que darle importancia a estos sucesos terroríficamente reales?
Las preguntas se acumulan. Y la que constantemente se repite es la siguiente:
¿Cuál es el punto de la ficción?
¿La ficción nos debe proporcionar un escape de la realidad? ¿O debemos usar la ficción como una herramienta para denunciar la realidad? ¿Y qué logramos con esto? No es como si resolviéramos las injusticias sólo con escribir al respecto de ellas. No es como si mágicamente hiciéramos la literatura disponible para todos y cada uno de los mexicanos sin importar en dónde radiquen. No es como si mediante de la ficción pudiéramos alcanzar ese mundo ideal con el todos soñamos. Porque la realidad sigue ahí. Es una pared que la ficción no puede — y vaya que se ha atrevido — atravesar.
Sé que estoy hablando desde un lugar de privilegio en el que la lectura forma parte indispensable de mi vida. Sé que muchos mexicanos no cuentan con ese lujo. Sé que la cultura está disponible sólo para aquellos que puedan pagarla. Sé que pertenezco al grupo que puede pagar la cultura y tiene el tiempo de ocio suficiente para leer. Sé que, por una u otra razón o tal vez porque nací en una familia de clase media, estoy arraigada a ese estrato social. También sé que mi público — si lo tengo — se encuentra en ese mismo estrato social al cual pertenezco y parece que no podemos abandonar.
Sé que, por todo lo que he declarado anteriormente, tengo que tomar una postura. Que es justo lo que había estado evitando desde que terminé la carrera e incluso tal vez un poco antes de eso. Pero tomar una postura es difícil y más aún cambiar de opinión en un futuro. Es un gran compromiso y nunca se me ha dado eso de hacer compromisos — miedo irracional, lo llaman.
Genuinamente creo que mi postura política parte de mi postura como escritora. Entenderme como mujer lesbiana que escribe es la base de mi existencia y a partir de ahí puedo empezar a tomar posturas. ¿Cómo es que mi escritura se va a recibir? ¿Qué postura política he de tomar cuando escribo? Y las posibles respuestas a estas preguntas siempre se remontan a la ficción y provocan más preguntas a su vez. ¿Qué es lo que quiero comunicar a través de la ficción? ¿Qué va a reflejar la ficción que escriba? ¿Mi ficción tiene que ser un escape de la realidad o una forma de denunciarla?
La verdad es que no tengo ni la más mínima idea.
Para mí, como lectora, la ficción es un escape de la realidad. Por supuesto que aprecio irme a mundos alternos y explorar relaciones ideales y escenarios donde los buenos siempre ganan pero al mismo tiempo los villanos pueden disfrutar de su maldad y tal vez a veces ganen porque como seres humanos somos complejos y podemos orientarnos hacia uno u otro lado. Por supuesto que aprecio y adoro la dicotomía de la ficción — buenos vs malos — porque la realidad es mucho más compleja que eso y cuenta con demasiadas tonalidades de gris. Por supuesto que aprecio e incluso deseo el confort de la ficción cuando me dice que aunque todo esté mal en la realidad, en la ficción siempre va a haber una forma de resolverlo.
Pero, desde luego, también aprecio cuando la ficción me hace abrir los ojos y me señala, me dice “aquí, pon atención aquí”, relacionado con la realidad. Esta realidad que existe en la ficción y que nosotros lectores sabemos que es ficción pero a su vez realidad. Esa realidad ficticia que nos hace reflexionar, nos hace pensar qué estamos haciendo y cómo podemos cambiar. Que nos hace ser críticos. Que, a pesar de que como ficción no es bonita porque se acerca mucho a la realidad, la apreciamos porque a partir de otra perspectiva que nos sea un tanto ajena podemos ser más objetivos. Creo yo que la ficción encuentra su punto más sublime aquí.
Si he de escoger el propósito de la ficción a partir de una de estas opciones, no escogería ninguno o escogería ambos. No tengo respuestas. Contengo multitudes.
La incertidumbre me habita recurrentemente. Eso es todo lo que sé. Eso es todo sobre lo que puedo escribir.